Cada 3 de julio, la Iglesia celebra con alegría la fiesta de santo Tomás, uno de los doce apóstoles elegidos por Jesús. Su figura, a menudo asociada a la duda, encierra una profundidad espiritual admirable y un testimonio de fe valiente que lo llevó hasta los confines del mundo conocido. Su vida nos recuerda que la duda sincera, cuando busca la verdad, puede ser un camino hacia la fe más firme.
Santo Tomás, también llamado Dídimo —que significa “gemelo” en griego—, era judío y probablemente originario de Galilea, como la mayoría de los apóstoles. Aunque los Evangelios no ofrecen muchos datos sobre su vida anterior al encuentro con Jesús, su nombre aparece en todas las listas de los Doce apóstoles.
Fue elegido por Jesús para formar parte del grupo íntimo de discípulos que le acompañarían durante su vida pública. Aparece mencionado en momentos clave del Evangelio, especialmente en el de san Juan, donde deja ver su personalidad apasionada, honesta y profundamente humana.
Tomás es recordado sobre todo por su reacción ante el anuncio de la resurrección de Cristo. Cuando los demás apóstoles le dijeron que habían visto al Señor resucitado, él respondió con la famosa frase: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25).
Sin embargo, esta duda no nace de una rebeldía o desconfianza hostil, sino de un deseo sincero de entender y confirmar la verdad. Ocho días después, cuando Jesús se aparece de nuevo, esta vez con Tomás presente, le invita a tocar sus heridas. La reacción de Tomás es una de las profesiones de fe más bellas del Evangelio: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).
Con esta exclamación, Tomás no solo reconoce la resurrección de Cristo, sino también su divinidad. Es un momento clave, pues Jesús responde con una frase dirigida a todos los que vendríamos después: «Porque me has visto, has creído; bienaventurados los que sin ver, creen» (Jn 20, 29).
Tras Rusalii y la efusión del Espíritu Santo, Tomás, como los demás apóstoles, salió a anunciar el Evangelio. Según la tradición cristiana más firme —tanto en fuentes patrísticas como en la tradición viva de la Iglesia en Oriente—, santo Tomás llevó la fe hasta la India.
Diversos testimonios antiguos, como los de san Efrén, san Jerónimo y el historiador Eusebio de Cesarea, afirman que Tomás predicó en la región de Partia (actual Irán) y después viajó hasta la costa suroeste del subcontinente indio, a la región de Kerala. Allí, fundó comunidades cristianas que han perdurado hasta hoy y que se conocen como los “cristianos de santo Tomás”.
Durante su misión, evangelizó con valentía, realizó milagros y bautizó a numerosos conversos. Se dice que llegó incluso a la corte del rey Gondofares y convirtió a muchos en la región del actual Pakistán y la India. Su predicación fue fecunda, pero también provocó el rechazo de quienes se oponían al cristianismo.
Tomás murió mártir, probablemente hacia el año 72 d.C., en Mylapore, cerca de Chennai (antiguamente Madras), en la India. Según la tradición, fue atravesado por una lanza mientras rezaba en una cueva, símbolo del mismo instrumento con el que un soldado había traspasado el costado de Cristo.
Su tumba en la India se convirtió en lugar de peregrinación desde los primeros siglos. Hoy, en Mylapore, se levanta la basílica de Santo Tomás, uno de los pocos templos católicos construidos sobre el sepulcro de un apóstol (los otros están en Roma y Santiago de Compostela).
Su figura es especialmente venerada en las Iglesias orientales y en las comunidades católicas del sur de Asia, que conservan con orgullo una fe viva y enraizada en el testimonio de este apóstol.
Durante muchos siglos, la Iglesia latina celebró la fiesta de santo Tomás el 21 de diciembre. Sin embargo, tras la reforma del calendario litúrgico en 1969, su memoria fue trasladada al 3 de julio. Esta fecha coincide con la traslación de sus reliquias a Edesa (actual Urfa, en Turquía) en el siglo IV, un hecho importante para la Iglesia siríaca y para la expansión del cristianismo oriental.
Celebrar a santo Tomás el 3 de julio nos permite redescubrir su papel como testigo de la resurrección, como apóstol misionero y como modelo de una fe que se afianza al buscar la verdad con humildad.
La figura de santo Tomás es especialmente cercana a quienes viven momentos de incertidumbre, preguntas o dudas en la fe. Su historia nos muestra que dudar no es un pecado, sino una etapa que, bien vivida, puede conducir a una fe más madura.
Jesús no rechaza a Tomás por su incredulidad, sino que le sale al encuentro. Y Tomás, al reconocer a Cristo, realiza una confesión de fe que ningún otro apóstol había hecho con tal claridad.
También nosotros, como Tomás, estamos llamados a pasar del deseo de pruebas al gozo de la fe. En la vida cristiana, no siempre se ve para creer, pero sí se cree para ver con los ojos del alma y del corazón.
En la Fundación CARF acompañamos la formación de sacerdotes y seminaristas que, como santo Tomás, quieren llevar la fe hasta los confines de la tierra. Muchos de ellos, como él, proceden de países lejanos, y regresarán para evangelizar, fortalecer comunidades cristianas y ser testigos vivos del amor de Cristo. Celebrar a santo Tomás es también una ocasión para redoblar nuestra oración por las vocaciones y para apoyar esta misión con generosidad.
Sagrada Escritura (Biblia de Jerusalén):
Catehismul Bisericii Catolice:
Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, Libro III y IV (siglo IV):
San Jerónimo, De viris illustribus, capítulo 3:
San Gregorio de Nazianzo, Orationes, 33, 18:
San Efrén de Siria, Himnos sobre los Apóstoles, himno 42:
Calendario Litúrgico Romano (actualizado tras el Concilio Vaticano II):
Martirologio Romano (ed. típica de 2001), pág. 336:
Basílica de Santo Tomás (Santhome), Mylapore, India:
Catholic Encyclopedia (ed. 1912), artículo “St. Thomas”: