El asombro de colaborar con Dios 1

En esta Homilía del Papa Francisco la cuestión central es la del asombro. Las lecturas escogidas, de la carta a los Efesios (cfr. Ef 1, 2-14) y del evangelio de San Mateo (cfr. Mt 28, 16-20), le sugieren al Papa Francisco ese asombro, ese “estupor” producido por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Dividimos la exposición de los argumentos del Papa en tres puntos:

Asombro ante el plan de la salvación

1. San Pablo recoge un himno litúrgico que bendice a Dios por su plan de salvación. Y dice el Papa Francisco que no debería ser nuestro asombro ante este plan de salvación menor que nuestro asombro ante el universo que nos rodea, donde, por ejemplo, todo en el cosmos se mueve o se detiene según la fuerza de la gravedad. Así, en el plan de Dios a través del tiempo, ese centro de gravedad, donde todo tiene su origen, sentido y finalidad es Cristo.

En palabras del Papa Francisco, glosando a san Pablo: “En Cristo hemos sido bendecidos antes de la creación; en Él hemos sido llamados; en Él hemos sido redimidos; en Él toda criatura es reconducida a la unidad, y todos, cercanos y lejanos, primeros y últimos, estamos destinados, gracias a la obra del Espíritu Santo, a estar en alabanza de la gloria de Dios”. Por eso el Papa nos invita a alabar, bendecir, adorar y dar gracias por esa obra de Dios, ese plan de salvación. 

Así es, teniendo en cuenta que ese 'plan' nos sale al encuentro en la vida de cada uno, al mismo tiempo que nos deja libres de responder a ese proyecto amoroso, que se origina en el corazón de Dios Padre, como indica el Catecismo de la Iglesia Católica.

No es, por tanto un plan que Dios haya hecho a nuestras espaldas, sin contar con nosotros ni con nuestra libertad. Al contrario: es un proyecto amoroso que nos presenta, y que llena de sentido la historia del mundo y la vida humana, si bien muchos aspectos de ese plan no podemos conocerlos plenamente y quizá los conoceremos más adelante.

Y Papa Francisco nos pregunta a todos: “Cómo es vuestro asombro? ¿Sientes asombro a veces? ¿O has olvidado lo que significa?”. En efecto. Es muy conveniente este maravillarse ante los dones de Dios, pues, de otro modo, podemos entrar, primero, en el acostumbramiento y luego en la falta de sentido.

En un tren, observaba Antoine de Saint-Éxupéry en El Principito (cap. XXII), son los niños los que se quedan con la nariz pegada a las ventanas, mientras que los adultos siguen en otras ocupaciones rutinarias.

«Esto, queridos hermanos y hermanas, es un ministro de la Iglesia: alguien que sabe maravillarse ante el designio de Dios y con este espíritu ama apasionadamente a la Iglesia, pronto para servir en su misión donde y como quiera el Espíritu Santo». Papa Francisco, Basílica de San Pedro, martes, 30 de agosto de 2022.

 El asombro de que Dios nos ofrezca colaborar

2. En segundo lugar, observa el Papa Francisco que si ahora nos adentramos en la llamada que el Señor hace a los discípulos en Galilea, descubrimos un nuevo asombro. Esta vez no es tanto por el plan de salvación en sí mismo; sino porque, sorprendentemente, Dios nos involucra en ese plan, nos implica. Las palabras del Señor a sus once discípulos son: «Id (...) haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20); y luego la promesa final que infunde esperanza y consuelo : «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (v. 20).

Y señala el sucesor de Pedro que esas palabras de Jesús resucitado “aún tienen la fuerza de hacer vibrar nuestro corazón, dos mil años después” ¿Por qué? Porque es asombroso que el Señor decidiera evangelizar el mundo a partir de aquel pobre grupo de discípulos. 

Don Ramiro Pellitero reflexiona sobre la homilía del Papa con los nuevos cardenales, donde la cuestión central es la del asombro.

Aquí cabría preguntarse si sólo los cristianos entran en ese plan de salvación o si solo ellos colaboran en él. En realidad toda persona —y los demás seres, según su propio ser— entran en esos planes amorosos de Dios. Y al mismo tiempo, los cristianos, por elección divina (antes de la constitución del mundo, cfr. Ef 1, 4) tenemos un lugar particular en ese proyecto, parecido al que tuvieron María, los doce apóstoles y las mujeres que siguieron desde el principio al Señor. Así hace Dios: llega a unos a través de otros.

¿Qué busca el Papa Francisco al plantear esta necesidad del 'asombro' a los nuevos cardenales?

El mismo Papa Francisco lo ha dicho y esto sirve también para todos los cristianos. El hacernos conscientes de nuestra poquedad, de nuestra desproporción para colaborar en los planes divinos. El librarnos de la tentación de sentirnos “a la altura” (eminentísimos, es el tratamiento a los cardenales), de apoyarnos en una falsa seguridad, pensando quizá que la Iglesia es grande y sólida…

Todo eso, dice el Papa Francisco, tiene algo de verdad (si se mira con los ojos de la fe, puesto que es Dios quien nos ha llamado y nos da la posibilidad de colaborar con Él). Pero es un planteamiento que nos puede llevar a dejarnos engañar por “el Mentiroso” (es decir, el demonio). Y volvernos, primero, “mundanos” (con el gusano de la mundanidad espiritual); y en segundo lugar “inofensivos”, es decir sin fuerzas y sin esperanza para colaborar eficazmente en la salvación.

El asombro de ser Iglesia

3. Por último, señala el obispo de Roma que el conjunto de esos pasajes despierta (o debería despertar) en nosotros “el asombro de ser Iglesia”; de pertenecer a esta familia, a esta comunidad de creyentes que forma un solo cuerpo con Cristo, desde nuestro bautismo. Es ahí donde hemos recibido las dos raíces del asombro tal como hemos visto: primero el ser bendecidos en Cristo y segundo el de ir con Cristo al mundo.

Y explica Francisco que se trata de un asombro que no disminuye con los años ni decae con las responsabilidades (podríamos decir nosotros: con las tareas, dones, ministerios y carismas que podemos recibir cada uno en la Iglesia, al servicio de la Iglesia y del mundo).

Al llegar a este punto, el Papa Francisco evoca la figura del santo papa Pablo VI y de su encíclica programática Ecclesiam suam, escrita durante el Concilio Vaticano II. Ahí dice el Papa Montini: «Ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, [...] de su propio origen, [...] de su propia misión». Y haciendo referencia precisamente a la Carta a los Efesios, pone esa misión en la perspectiva del plan de salvación; de “la dispensación del misterio escondido por siglos en Dios... a fin de que venga a ser conocida... a través de la Iglesia” (Ef 3,9-10)».

Francisco pone a san Pablo VI como modelo, para presentar el perfil de cómo debe ser un ministro en la Iglesia: “El que sabe maravillarse ante el plan de Dios y ama apasionadamente la Iglesia con ese espíritu, dispuesto a servir su misión donde y como quiera el Espíritu Santo”. Así era, antes que san Pablo VI, el apóstol de las gentes: con esa capacidad de asombrarse, de apasionarse y de servir. Y esa debería ser también la medida o el termómetro de nuestra vida espiritual.

El Papa Francisco concluye dirigiendo de nuevo a los cardenales unas preguntas que nos sirven a todos; pues todos –fieles y ministros en la Iglesia– participamos, de modos bien diversos y complementarios, en ese grande y único “ministerio de salvación” que es la misión de la Iglesia en el mundo:

“¿Cómo es tu capacidad de asombrarte? ¿O te has acostumbrado, tan acostumbrado, que la has perdido? ¿Eres capaz de volver a sorprenderte?” Advierte que no es una simple capacidad humana, sino ante todo una gracia de Dios que hemos de pedir y agradecer, guardar y hacer fructificar, como María y con su intercesión.


Don Ramiro Pellitero Iglesias, profesor de Teología Pastoral de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.

(1) Publicado en Iglesia y nueva evangelización.

Los 7 dolores de la Virgen: ¿Cuáles son?

La fiesta de la semana de Pasión nos recuerda especialmente la participación de la Virgen María en el sacrificio de Cristo, representada con los 7 dolores de la Virgen.

La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, nos traslada la compasión que Nuestra Señora siente por la Iglesia, siempre sometida a pruebas y a persecuciones.

Breve reseña histórica

Cerca del año 1320, la Virgen María se manifestó a santa Brígida en un lugar de Suecia. En esta ocasión se veía su corazón herido por 7 espadas. Estas heridas representaban los 7 dolores de la Virgen vividos al lado de su Hijo Jesús.

Entonces la Virgen doliente dijo a santa Brígida que quienes hicieran oración recordando su dolor y pena, alcanzarían 7 gracias especiales: Paz en sus familias, confianza en el actuar de Dios, consuelo en las penas, defensa y protección ante el mal, así como los favores que a ella pidan y no sean contrarios a la voluntad de Jesús. Finalmente, el perdón de los pecados y la vida eterna a las almas que propaguen su devoción.

La devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo cristiano, sobre todo, en la Orden de los Servitas, que se consagraron a la meditación de los 7 dolores de la Virgen María. Y esta misma devoción se extendió a toda la Iglesia por medio del Papa Pío VII en 1817.

Santa Brigida de Suecia. Donde la Virgen se apareció y le explico la devoción de los 7 dolores de la Virgen

Representación de los 7 dolores de la Virgen María, estampilla antigua

La devoción de los 7 dolores de la Virgen María

Meditar los dolores de la Virgen es una manera de compartir los sufrimientos más profundos de la vida de María en la tierra. Ella prometió que concedería siete gracias a las almas que la honren y acompañen rezando 7 Ave Marías y un Padre Nuestro mientras meditan cada uno los 7 dolores de la Virgen. Si vives hoy en día algún sufrimiento aprovecha a poner tu dolor y tu duelo en el corazón de la Virgen María.​

Primer Dolor: La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús

Leer el evangelio de Lucas (cf. 2,22-35)

El primero de los 7 dolores de la Virgen María fue cuando Simeón le anunció que una espada de dolor atravesaría su alma por los sufrimientos de Jesús. En cierto modo Simón manifestó que la participación de la Virgen María en la redención sería a base de dolor.

Imaginemos que impacto tan grande sintió en el Corazón María cuando oyó las palabras con las que Simeón le profetizó la amarga Pasión y muerte de su Hijo, Jesús.

Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios. (Es Cristo que pasa, 173).

Segundo Dolor: La huida a Egipto con Jesús y José

Leer el evangelio de Mateo (2,13-15)

Representa el segundo de los 7 dolores de la Virgen, el que sintió cuando tuvo que huir con José y Jesús repentinamente y de noche tan lejos para poder salvar a su Hijo de la matanza decretada por Herodes. María vivió auténticos padecimientos viendo que Jesús, ya era perseguido de muerte siendo un bebe. Cuántos sufrimientos experimentó Ella en la tierra del exilio.

El Santo Evangelio, brevemente, nos facilita el camino para entender el ejemplo de Nuestra Madre: María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón. Procuremos nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de Dios. (Amigos de Dios, 284; Amigos de Dios, 285).

Tercer Dolor: La pérdida de Jesús - El Niño perdido en el Templo

Leer el Evangelio de Lucas (2,41 -50)

Las lágrimas que derramó La Virgen María y el dolor que sintió al perder a tu Hijo; son el tercero de los 7 dolores de la Virgen. Tres días buscándolo angustiada hasta que lo encontraron en el templo. Para poder entenderlo, podemos imaginarnos que Jesús se perdió a una edad muy temprana, todavía dependiente de los cuidados de María y de San José. Qué angustioso fue el dolor de la Virgen cuando se percató de que Jesús no estaba.

“La Madre de Dios, que buscó afanosamente a su hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó la mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo que sea preciso cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a distinguir a Cristo. Alcanzaremos así la alegría de abrazarnos de nuevo a Él, para decirle que no lo perderemos más. (Amigos de Dios, 278).

Cuarto Dolor: María se encuentra con Jesús camino al Calvario

Leemos la IV Estación del Vía Crucis

En el cuarto de los 7 dolores de la Virgen pensamos en el profundo dolor que sintió la Virgen María cuando vio a Jesús cargado con la cruz, llevando el instrumento de su propio martirio. Imaginemos a María encontrándose con su Hijo en medio de quienes lo arrastran a tan cruel muerte. Vivamos el tremendo dolor que sintió cuando sus ojos se encontraron, el dolor de una Madre que intenta dar apoyo a su Hijo.

Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa.
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo.
¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12).

Quinto Dolor: La crucifixión y la agonía de Jesús - Jesús muere en la Cruz

Leer el evangelio de Juan (19,17-39)

Este dolor contempla los dos sacrificios en el Calvario, el del cuerpo de Jesús y el del corazón de María. El quinto de los 7 dolores de la Virgen María es el sufrimiento que sintió al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de su Hijo amado. La agonía de María viendo a Jesús sufriendo en la cruz; para darnos vida a nosotros. María permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos.

“…Feliz culpa, canta la Iglesia, feliz culpa, porque ha alcanzado tener tal y tan grande Redentor. Feliz culpa, podemos añadir también, que nos ha merecido recibir por Madre a Santa María. Ya estamos seguros, ya nada debe preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre. (Amigos de Dios, 288).

Sexto Dolor: La Lanzada - Jesús es bajado de la Cruz y entregado a su Madre

Leer el evangelio de Marcos (15, 42-46)

Consideramos el dolor que sintió la Virgen al ver la lanzada que dieron en el corazón de Jesús. En el sexto de los 7 dolores de la Virgen, revivimos el sufrimiento que sintió el Corazón de María cuando el cuerpo sin vida de su querido Jesús fue bajado de la cruz y colocado en su regazo.

Ahora, situados ante ese momento del Calvario, cuando Jesús ya ha muerto y no se ha manifestado todavía la gloria de su triunfo, es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. La experiencia del pecado debe conducirnos al dolor, a una decisión más madura y más honda de ser fieles, de identificarnos de veras con Cristo, de perseverar, cueste lo que cueste, en esa misión sacerdotal que El ha encomendado a todos sus discípulos sin excepción, que nos empuja a ser sal y luz del mundo. (Es Cristo que pasa, 96).

Séptimo Dolor:  El entierro de Jesús en el Sepulcro y la soledad de María

Leer el evangelio de Juan (19, 38-42)

Este es el sufrimiento infinito que siente una Madre al enterrar a tu Hijo y aunque Tú sepas que al tercer día resucitara, el trance de la muerte es real para la Virgen. Le quitaron a Jesús con la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo y María que lo acompaño en todos sus sufrimientos, ahora se queda sola y llena de aflicción. Este es el último de los 7 dolores de la Virgen y el mas duro de todos.

De este amor la Escritura canta también con palabras encendidas: las aguas copiosas no pudieron extinguir la caridad, ni los ríos arrastrarla. Este amor colmó siempre el Corazón de Santa María, hasta enriquecerla con entrañas de Madre para la humanidad entera. En la Virgen, el amor a Dios se confunde también con la solicitud por todos sus hijos. Debió de sufrir mucho su Corazón dulcísimo, atento, hasta los menores detalles —no tienen vino-, al presenciar aquella crueldad colectiva, aquel ensañamiento que fue, de parte de los verdugos, la Pasión y Muerte de Jesús. Pero María no habla. Como su Hijo, ama, calla y perdona. Esa es la fuerza del amor. (Amigos de Dios, 237).

Los 7 dolores de la Virgen, comunicados a Santa Brigida para devoción de los cristianos.

Oración por los 7 dolores de la Virgen María.

«Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad.

Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo.

Permanece con nosotros y danos tu auxilio, para que podamos convertir las luchas en victorias, y los dolores en alegrías.

Nuestra Señora de los Dolores, fortaléceme en los sufrimientos de la vida.

Ruega por nosotros, oh Madre, porque no eres sólo la Madre de los dolores, sino también la Señora de todas las gracias. Amén».


Bibliografía

La cruz, el Espíritu Santo y la Iglesia

Entendamos mejor el misterio de la cruz y el sentido cristiano del sufrimiento en la Iglesia. Conviene considerar que "hemos nacido ahí" y ahí sigue estando nuestra fuerza: en el amor de Dios Padre, en la gracia que Jesús nos ganó con su entrega y en la comunión del Espíritu Santo (cf. 2 Co 13, 14).

La vida interior del cristiano se identifica con su relación con Cristo. Pues bien, esta vida pasa a través de la Iglesia, y viceversa: nuestra relación con la Iglesia pasa necesariamente por nuestra relación personal con Cristo. En este cuerpo de Cristo todos los miembros deben asemejarse a Cristo «hasta que Cristo esté formado en ellos» (Ga 4, 9).

Por eso, dice el Vaticano II y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, "Somos integrados en los misterios de su vida (...), nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser glorificados con él» (Lumen gentium, 7; CEC 793).

Solidarios en el Cuerpo místico por el Espíritu Santo

El misterio de la cruz de Cristo y con ello el sentido cristiano del sufrimiento, se iluminan al considerar que es el Espíritu Santo el que nos une en el Cuerpo místico (la Iglesia). Hasta el punto de que cada cristiano debería llegar algún día a decir: "Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en beneficio de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Y esto, para acompañar al Señor en su profunda y total solidaridad que le llevó a morir por nosotros, en reparación y expiación por los pecados de todas las personas de todos los tiempos.

Santa Edith Stein

Judía, filósofa, cristiana, religiosa, mártir, mística y copatrona de Europa. Considera que naturalmente el hombre huye ante el sufrimiento. Quien encuentra placer en el sufrimiento solo puede hacerlo de modo antinatural, enfermizo y destructor.

cruz edith stein

El 9 de agosto se celebra la fiesta de santa Edith Stein, cuyo testimonio de conversión del judaísmo al catolicismo ha conmovido a miles de fieles.

Y escribe, "Solo alguien cuyo ojo espiritual esté abierto a las conexiones sobrenaturales de los acontecimientos del mundo puede desear la expiación; pero esto solo es posible con las personas en las que vive el Espíritu de Cristo, que reciben su vida, poder, significado y dirección como miembros de la cabeza" (E.Stein, Werke, XI, L. Gelber y R. Leuven [eds.], Druten y Freiburg i. Br.-Basilea-Viena 1983).

Por otra parte –añade– la expiación nos conecta más íntimamente con Cristo, así como una comunidad se une más profundamente cuando todos trabajan en común, y como los miembros de un cuerpo se unen cada vez más fuertemente en su interacción orgánica. Y de ahí extrae una conclusión sorprendentemente profunda.

Pero como "ser uno con Cristo, es nuestra felicidad y ser uno con Él es nuestra bendición en la tierra, el amor a la cruz de cristo no se opone de ninguna manera a la alegría de nuestra filiación divina" (froher Gotteskindschaft). Ayudar a llevar la cruz de Cristo da una alegría fuerte y pura, y aquellos a los que se les permite y pueden hacerlo, los constructores del Reino de Dios, son los más genuinos hijos de Dios. (Ibid.).

La cruz y la filiación divina en san Josemaría

Como un resello (refuerzo y confirmación) de que el Opus Dei era verdaderamente de Dios y que nacía en la Iglesia y para el servicio de la Iglesia, san Josemaría experimentó en los primeros años de la Obra dificultades y al mismo tiempo luces y consuelos de Dios.

Años después escribe: "Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el año treinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan grande, esas palabras: tú eres mi hijo (Ps. II, 7), tú eres Cristo. Y yo sólo sabía repetir: Abba, Pater!; Abba, Pater!; Abba!, Abba!, Abba!

Ahora lo veo con una luz nueva, como un nuevo descubrimiento: como se ve, al pasar los años, la mano del Señor, de la Sabiduría divina, del Todopoderoso. Tú has hecho, Señor, que yo entendiera que tener la Cruz de Cristo es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón –lo veo con más claridad que nunca– es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios" (Meditación, 28-IV-1963, citada por A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, p. 31).

Jesús sufre por nosotros. Lleva todos los dolores y todos los pecados del mundo. Para vencer la inmensidad del mal y sus consecuencias, sube a la cruz como “sacramento” de la pasión de amor que Dios experimenta por nosotros.

Convertir las derrotas en victorias

Como fruto de la cruz y de parte del Padre, Jesús nos entrega el Espíritu Santo, que nos une en su Cuerpo místico y nos da la vida que procede del Corazón traspasado. Y nos invita, en efecto, a completar con nuestra vida (la mayor parte de ella son cosas pequeñas y ordinarias) lo que falta a los sufrimientos de Cristo en y por este cuerpo que formamos con Él, la Iglesia.

Por eso, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Benedicto XVI, enc. Spe salvi, 37).

Hace dos años, en la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, y en su homilía de Santa Marta (14-IX-2018), decía Francisco que la cruz nos enseña esto, que en la vida hay fracaso y victoria. Debemos ser capaces de tolerar y soportar pacientemente las derrotas.

Incluso las que corresponden a nuestros pecados porque Él pagó por nosotros. “Tolerarlas en Él, pedir perdón en Él” pero nunca dejarse seducir por ese perro encadenado que es el demonio. Y nos aconsejaba que en casa, tranquilos, nos tomáramos 5, 10, 15 minutos delante de un crucifijo, tal vez el pequeño crucifijo del rosario: mirarlo, porque, ciertamente, es un signo de derrota que provoca persecuciones, pero también es “nuestro signo de victoria porque Dios ha ganado allí”. Así podremos convertir las derrotas (nuestras) en las victorias (de Dios).


Don Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.

Publicado en Iglesia y nueva evangelización.

La integración de los grupos eclesiales en la vida parroquial

¿Sobre qué hablamos en este encuentro?

El desarrollo e implantación de los movimientos y nuevas realidades eclesiales en las parroquias supone una renovación y enriquecimiento de la vida de la Iglesia. La acogida por parte de los párrocos y el compromiso de estos movimientos con la comunidad que les acoge supone, además, una serie de retos, para ambos, que han de llevarse a cabo de manera correcta para que estos movimientos sean revitalizadores de la comunidad y no “grupos paralelos”. Este tema ha centrado el Foro Omnes “La integración de los grupos eclesiales en la vida parroquial” que tuvo lugar el miércoles, 20 de septiembre en la sede del Ateneo de Teología, en Madrid. El foro, moderado por el sacerdote José Miguel Granados, ha contado con las aportaciones de Mons. Antonio Prieto, obispo de Alcalá de Henares, Eduardo Toraño, Consiliario nacional de Renovación Carismática y María Dolores Negrillo, miembro de la Ejecutiva de Cursillos de Cristiandad.

Qué es una peregrinación y qué lugares visitar

¿Origen de las peregrinaciones?

Las peregrinaciones se remontan a los primeros siglos del cristianismo. Uno de los primeros registros documentados de peregrinaciones cristianas data del siglo IV, cuando se identificaron los lugares sagrados en Tierra Santa asociados a la vida de Jesucristo. Esto llevó a un número creciente de peregrinos a viajar a lugares como Jerusalén, Belén y Nazaret.

Sin embargo, uno de los eventos más significativos en la historia de las peregrinaciones fue el descubrimiento de las reliquias de san Pedro y san Pablo en Roma en el siglo I. Desde entonces, la Ciudad Eterna se convirtió en uno de los destinos preferidos de los peregrinos de todas las épocas y naciones.

¿Cuándo comenzaron las peregrinaciones cristianas?

A lo largo de los siglos, se empezaron a desarrollar rutas de peregrinación muy importantes en Europa, como el Camino de Santiago en España. Estos caminos conectaban lugares sagrados unos con otros y eran transitados por peregrinos de todas partes del mundo.

El papa Francisco animó a visitar los santuarios marianos de Guadalupe, Lourdes y Fátima: «oasis de consuelo y misericordia». Audiencia General del miércoles 23 de agosto de 2023 en el Aula Pablo VI.

8 lugares de peregrinación católica

Repasamos a continuación los principales lugares de peregrinación de la Iglesia Católica. Lugares santos desde la antigüedad y algunos santuarios y basílicas dedicadas a la Virgen María, que convocan a multitud de peregrinos.

Cada año la Fundación CARF organiza dos peregrinaciones, en colaboración con alguna agencia de viaje y especialista en turismo religioso, con una importante participación de  benefactores y amigos que comparten estas experiencias únicas e inolvidables. Se trata de una manera diferente de acercarse al Señor.

Peregrinación a Tierra Santa

En Tierra Santa nació, vivió y murió Jesús. Sus caminos son las páginas del ''quinto evangelio”. También fue el escenario de los acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Fue tierra de batallas, como las Cruzadas; objeto de disputas políticas y religiosas.

Entre los lugares que se pueden visitar está Jerusalén, la ciudad donde Cristo hizo parte de su vida pública y donde entró triunfante el Domingo de Ramos. También se puede visitar el Santo Sepulcro, el Muro de los Lamentos, la iglesia de la Multiplicación de los Panes y los Peces, la iglesia de la Condena e imposición de la Cruz, la iglesia de la Visitación, la basílica de la Natividad, y mucho más.

Peregrinación a Roma y al Vaticano

En Roma, la Ciudad Eterna, se encuentra la ciudad del Vaticano, el corazón de la Iglesia Católica. Cuenta con la basílica de san Pedro y los Museos Vaticanos, que albergan obras maestras como los frescos de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. A las afueras de Roma, se encuentran las catacumbas de san Calixto, también conocidas como la Cripta de los Papas.

Peregrinar a Roma ofrece la oportunidad de experimentar a la  Iglesia Católica como madre. Es una experiencia que fortalece la fe y ayuda a vivir la comunión con la tradición y las enseñanzas de la Iglesia Católica.

Peregrinación a Santiago de Compostela

En España contamos con una de las peregrinaciones católicas más importantes del mundo, Santiago de Compostela. En el siglo XII, gracias al impulso del arzobispo Diego Gelmírez (1100-1140), se consolidó la Catedral de Santiago como meta de millones de peregrinos católicos. El pasado año Xacobeo 2021-2022 recorrieron el camino 38.134 peregrinos de todo el mundo.

Existen diferentes rutas para realizar esta peregrinación. La más utilizada de todas es el camino francés. Es el camino por excelencia, usado tradicionalmente por peregrinos de toda Europa y que cuenta con la red de servicios, alojamientos y señalización más completa de todas.

Peregrinación mariana al santuario de Medjugorje

Situado en Bosnia Herzegovina, la localidad de Medjugorje es famosa por las numerosas apariciones de la Virgen María desde 1981 hasta la actualidad. Pese a que la Iglesia aún no ha reconocido oficialmente estas apariciones, el papa Francisco autorizó en 2019 la organización de peregrinaciones oficiales de diócesis y parroquias, dándole un cariz de oficialidad.  

El santuario rodeado de montañas, donde se encuentra la imagen de la Virgen de Medjugorje, es una parada imprescindible para peregrinos en busca de consuelo, sanación y una profunda experiencia de fe.

Peregrinación mariana a la basílica de la Virgen del Pilar

La catedral-basílica de la Virgen del Pilar es el primer templo mariano de la cristiandad. Cuenta la tradición que en el año 40 del siglo I, la Virgen se apareció al apóstol Santiago, que se encontraba predicando en la actual Zaragoza.

La basílica, con su arquitectura impresionante y ambiente de recogimiento, es un espacio idóneo para la oración y la meditación. Los peregrinos llegan a este sagrado lugar para rendir homenaje a la Virgen del Pilar, patrona de Hispanoamérica. El día 12 de octubre, celebración de la festividad, se realizan ofrendas de flores y de frutos. También tiene lugar ese día el rosario de cristal, un desfile de 29 carrozas de cristal que están iluminadas interiormente y que representan los misterios del rosario.

Peregrinación mariana al santuario de Torreciudad

Situado en la provincia de Huesca, España, este santuario es un lugar de gran devoción mariana y es conocido en la región por ser un enclave natgural de mucha belleza. 

Los peregrinos acuden para rendir homenaje a Nuestra Señora de Torreciudad y experimentar una conversión del corazón a través, especialmente, del sacramento de la confesión. 

Este santuario, erigido gracias al impulso de san Josemaría Escrivá de Balaguer, atrae a fieles de todo el mundo que buscan fortalecer su relación con la Virgen María y crecer en su fe. La fiesta de la Virgen de Torreciudad se celebra el domingo siguiente al 15 de agosto. Todos los años, celebra la multitudinaria Jornada Mariana de la Familia que tiene lugar un sábado de septiembre.

Peregrinación mariana al santuario de la Virgen de Fátima (Portugal)

Este es uno de los santuarios marianos más importantes, en donde se apareció la Virgen de Fátima en 1917 a tres pastorcitos (Lucia, Francisco y Jacinta).

El santuario de Fátima está compuesto por varias capillas y basílicas. La principal es la basílica de Nuestra Señora del Rosario donde están las tumbas de los tres videntes. La parte exterior está flanqueada por una columnata de unas 200 columnas. Dentro de éstas hay 14 altares que también representan las estaciones del Vía Crucis.

El clima de oración que hay en Fátima ha dejado una marca indeleble en la fe de generaciones de católicos, convirtiendo este santuario en un punto de encuentro con lo divino y un símbolo de la intercesión de la Virgen María en la historia de la humanidad.

Peregrinación mariana al santuario de Lourdes (Francia)

Se trata del lugar de peregrinación para los enfermos por excelencia. Desde la gruta de Massabielle, donde la Virgen se apareció a santa Bernardita, brotó un manantial de agua pura de donde nunca ha dejado de brotar agua. Un agua milagrosa responsable de innumerables curaciones. También los visitantes dejan miles y miles de velas en acción de gracias o por una petición.

Sobre la roca donde está la gruta, se erigió la basílica de la Inmaculada Concepción, inaugurada en 1871. En Lourdes también está la basílica de Nuestra Señora del Rosario.

Hasta lo ultimo de la Tierra: cristianos y mártires en Japón.

Definición de mártir

Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (ἔσεσθέ μου μάρτυρες ἔν τε Ἰερουσαλὴμ καὶ ἐν πάσῃ τῇ Ἰουδαίᾳ καὶ Σαμαρείᾳ καὶ ἕως ἐσχάτου τῆς γῆς) (Hechos de los Apóstoles 1, 8).

  • El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.

    (Carta a Diogneto)

Es difícil hablar de cristianismo en Japón sin utilizar la palabra “martirio”. una palabra que deriva del griego μάρτυς, es decir “testigo”.

En la Carta a Diogneto, un breve tratado apologético dirigido a un tal Diogneto y compuesto seguramente a finales del siglo II, se habla, con respecto a los cristianos, de un puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.

El término utilizado para definir el “puesto”, taxis, indica la disposición que un soldado debe de mantener durante una batalla. Consecuentemente, el cristiano no es solo un testigo en un sentido jurídico, como alguien que da testimonio en un proceso, sino que es el mismo Cristo, es una semilla que debe morir y dar fruto. Y eso indica la necesidad de que quienes conozcan a un cristiano no solamente escuchen acerca de Jesús, como si Jesús fuera un cualquier personaje histórico que dijo o hizo algo importante, sino que vean, gusten, sientan al mismo Jesús presente ante sus ojos, a Jesús que sigue muriendo y resucitando, a una persona concreta, con un cuerpo que se puede tocar.

El modelo de ese testimonio, o “martirio”, al cual cada creyente en Cristo está llamado, no es necesariamente morir de forma violenta como muchos pensamos, sino vivir como mártir, y conduce a la kénosis, es decir, al proceso de purificación interior de renunciar a uno mismo para conformarse a la voluntad de Dios que es Padre, como lo hizo el Señor Jesucristo en toda su vida, no solamente muriendo en la cruz. De hecho, hay muchísimos “santos” (canonizados y no) que no son mártires en el primer sentido, o sea de ser asesinados por su fe, pero que están considerados mártires en el sentido de que fueron testigos de la fe: no se arredraron ante la persecución, pero no se les pidió dar su vida en la forma corporal.

En este sentido, uno de los muchos modelos de santidad es Justo Takayama Ukon (1552-1615), beatificado en 2017 por papa Francisco y también conocido como el Tomás Moro de Japón. De hecho, al igual que el canciller de Inglaterra, Takayama fue una de las más grandes figuras políticas y culturales de su tiempo en su país. Después de ser encarcelado y privado de su castillo y de sus tierras, fue mandado al exilio por negarse a renunciar a su fe cristiana. Su perseguidor fue el feroz Toyotomi Hideyoshi, quien, a pesar de sus numerosos intentos, no llegó a que el beato Takayama Ukon, un daimyo, o sea un barón feudal japonés, y además un excepcional táctico militar, calígrafo y maestro de la ceremonia del té, renegara a Cristo.

Obras de arte de la historia Católica Japonesa. Representación de mártires cristianos japoneses perseguidos.

Historia del cristianismo en Japón

  • Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

    (Carta a Diogneto)

Vamos a empezar el viaje en la historia del cristianismo en Japón con otras palabras de la Carta a Diogneto, que nos va a acompañar a lo largo de este trabajo.

La misión cristiana en Japón

Empieza precisamente el día 15 de agosto de 1549, cuando el español San Francisco Javier, fundador de la Orden de los Jesuitas junto con San Ignacio de Loyola, desembarcó en la isla de Kyushu, la más meridional de las cuatro grandes islas que conforman el archipiélago. Poco después llegaron también los frailes franciscanos. A los extranjeros que llegaban al sur de Japón con sus barcos de color oscuro (kuro hune, o sea barcos negros en japonés, para distinguirlos de los barcos locales hechos de bambú, generalmente de color más claro), se les llamaba nan banji (bárbaros del sur), pues se les consideraba personas rudas y poco educadas, por distintas razones.

La primera era el hecho de no seguir las costumbres del país, muy centradas en códigos caballerescos forjados por la práctica del bushido. Esta práctica, basada en las antiguas tradiciones japonesas y en el sintoísmo (la religión originaria de Japón, politeísta e animista, en que se veneran a los kami, es decir divinidades, espíritus naturales o simplemente presencias espirituales como los antepasados) valoraba mucho la rígida división en castas sociales, con el bushi, el noble caballero, quien tenía que modelar su vida alrededor de la valentía, del servicio a su daimyo (barón feudal), del honor a preservar a toda costa, hasta el sacrificio de la vida en la batalla o mediante el seppuku o harakiri, el suicidio ritual.

mártires

Durante el siglo XVI, la comunidad católica creció a más de 300 mil unidades. La ciudad costera de Nagasaki era su centro principal.

En 1579, el jesuita Alessandro Valignano (1539-1606) llegó a Japón y fue nombrado superior de la misión jesuita en las islas. Valignano era un sacerdote muy bien preparado, como san Francisco Javier, y había recibido también una formación secular como abogado. Antes de ser nombrado superior, había sido maestro de novicios, ocupándose de la formación de otro italiano, Matteo Ricci, quien se haría famoso como misionero en China.

Este Jesuita fue un gran misionero, dándose cuenta de la necesidad que los jesuitas aprendieran y respetaran el idioma y la cultura de las personas que evangelizaban. Su prioridad era la transmisión del Evangelio a través de la inculturación, sin que se identificara la Palabra de Dios con la cultura occidental del siglo XVI, española, portuguesa o italiana que fuera. También insistió en que los jesuitas tenían que instruir a los japoneses para que ellos se hicieran cargo de la misión, algo muy chocante para la época.

Valignano fue autor del manual fundamental para los misioneros en Japón y escribió un libro sobre las costumbres del país, solicitando que los misioneros jesuitas se conformaran a dichas costumbres en el evangelizar al pueblo. Por ejemplo, dada la gran consideración que se le daba a la ceremonia del té, ordenó que en cada residencia jesuita hubiera una habitación dedicada a esta ceremonia. Gracias a la política misionera de inculturación practicada por Valignano, varios intelectuales japoneses, incluso un buen número de daimyos, se convirtieron a la fe cristiana o al menos mostraron un gran respeto por la nueva religión.

Dentro del régimen en el poder, el shogunato (forma de oligarquía en la que el emperador solamente tenia un poder nominal, pues de hecho el shogun era el jefe político del país, asistido por jefes locales) Tokugawa, había una creciente sospecha hacia los jesuitas. De hecho, con su subida al poder, el líder político y militar Toyotomi Hideyoshi, Mariscal de la Corona en Nagasaki, temía que, a través de su trabajo evangelizador, los misioneros extranjeros, debido al número cada vez más alto de conversos, quienes, por su fe, podían tener relaciones privilegiadas con los europeos, amenazaran la estabilidad de su poder. Y, si lo pensamos, tenía toda la razón, En efecto, en Japón había un sistema de poder y una cultura que no consideraban en absoluto la vida de cada persona como algo de valor.

El mismo sistema se basaba sobre el dominio de unos pocos nobles sobre la masa de ciudadanos considerados casi como animales (al bushi, el caballero noble, incluso se le permitía la práctica del tameshigiri, o sea probar una espada nueva matando a un pueblerino cualquiera). Todo podía y debía ser sacrificado por el bien del estado y de la “raza”, así que lo más amenazador, para este tipo de cultura, era justamente el mensaje de quienes predicaban que cada vida humana es digna y que todos somos hijos de un solo Dios.

En 1587, pues, Hideyoshi emitió un edicto ordenando a los misioneros extranjeros que abandonaran el país. Sin embargo, estos no se rindieron y continuaron operando clandestinamente. Diez años después comenzaron las primeras persecuciones. El 5 de febrero de 1597, 26 cristianos, incluidos san Pablo Miki (6 franciscanos y 3 jesuitas europeos, junto con 17 terciarios franciscanos japoneses) fueron crucificados y quemados vivos en la plaza de Nagasaki.

La comunidad cristiana en Japón sufrió una segunda persecución en 1613.

En estos años, la élite japonesa en el poder llegó a experimentar formas de tortura y de homicidio cada vez más crueles y originales: a los cristianos se les crucificaba; se les quemaba a fuego lento; se les hervía vivos en las aguas termales; se les aserraba en dos partes; se les se les colgaba con la cabeza hacia abajo en un pozo llenado con excrementos, con un corte en el sien para que la sangre pudiera fluir y no se murieran rápido, una técnica llamada tsurushi y muy utilizada ya que permitía que los torturados siguieran conscientes hasta la muerte o hasta el momento en que decidieran renegar la fe, pisando los fumie (iconos con la imagen de Cristo y la Virgen).

El año anterior, en 1614, el shogun Tokugawa Yeyasu, señor de Japón, prohibió el cristianismo con un nuevo edicto e impidió a los cristianos japoneses de practicar su religión. El 14 de mayo de ese mismo año, la última procesión se llevó a cabo a lo largo de las calles de Nagasaki, tocando siete de las once iglesias de la ciudad, que fueron todas derrumbadas posteriormente. Sin embargo, los cristianos continuaron profesando su fe en la clandestinidad.

Así comenzó la era de los kakure kirishitan (cristianos ocultos).

La política del régimen de los shogunes se volvió cada vez más represiva. Estallando un levantamiento popular en Shimabara, cerca de Nagasaki, entre 1637 y 1638, animado principalmente por campesinos y liderado por el samurái cristiano Amakusa Shiro, la revuelta fue reprimida en la sangre con armas provistas por los holandeses protestantes, quienes detestaban al papa por razones de fe y a los católicos en general por razones más que nada económicas (querían quitarles a los portugueses y a los españoles la posibilidad de comerciar con Japón, para apropiarse ellos mismos del monopolio). En Shimabara y sus alrededores fallecieron alrededor de 40 mil cristianos, horriblemente masacrados. Su sacrificio sigue siendo, de todas formas, muy respetado en la cultura japonesa, debido al coraje y a la abnegación de estos hombres.

En 1641, el shogun Tokugawa Yemitsu emitió otro decreto, que más tarde se conocería como sakoku (país blindado), con el que prohibía cualquier forma de contacto entre los japoneses y los extranjeros. A lo largo de dos siglos y medio, la única entrada a Japón para los comerciantes holandeses siguió siendo a través de la pequeña isla de Deshima, cerca de Nagasaki, de la cual no podían salir. El puerto de la misma Nagasaki, sus alrededores y las islas de la bahía ofrecieron un refugio a lo que quedaba de la cristiandad.

Fue solamente en el Viernes Santo de 1865 que diez mil de estos kakure kirishitan, cristianos ocultos, emergieron de las aldeas donde profesaban su fe en la clandestinidad, sin sacerdotes y sin misa, y se presentaron al asombrado Bernard Petitjean, de la Societé des Missions Etrangères de París, quien había llegado poco antes para ser capellán de los extranjeros de la iglesia de los 26 mártires de Nagasaki (Oura). Al sacerdote, al cual le llamaron “padre” (palabra que se había preservado en su léxico religioso en el trascurso de los siglos) le pidieron poder participar en la misa.

Tras la presión de la opinión pública y de los gobiernos occidentales, la nueva dinastía imperial en el poder, los Meiyi, finalizó la época de los shogunes y, a pesar de mantener el sintoísmo como religión del estado, el 14 de marzo de 1873 decretó el fin de la persecución y en 1888 reconoció el derecho a la libertad religiosa. El 15 de junio de 1891 se erigió canónicamente la diócesis de Nagasaki, que en 1927 saludó a Monseñor Hayasaka como primer obispo japonés, personalmente consagrado por Pío XI.

Las ruinas de la Catedral de la Inmaculada Concepción en Nagasaki el 7 de enero de 1946.

El holocausto nuclear

  • Los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.(Carta a Diogneto)

El 9 de agosto de 1945, a las 11:02 de la mañana, una horrible explosión nuclear sacudió el cielo sobre Nagasaki, justo arriba de la catedral de la ciudad, dedicada a la Asunción de la Virgen. Ochenta mil personas murieron y más de cien mil resultaron heridas. La catedral de Urakami, llamada así por el barrio en el que se encontraba, era y sigue siendo hoy en día, tras su reconstrucción, el símbolo de una ciudad dos veces martirizada: por las persecuciones religiosas de las que miles de personas fueron víctimas en el transcurso de cuatro siglos, debido a su fe cristiana, y por el estallo de un dispositivo infernal que instantáneamente incineró a muchos de sus habitantes, incluidos miles de cristianos, definidos por su ilustre contemporáneo y conciudadano, el doctor Takashi Pablo Nagai, “cordero sin mancha ofrecido como holocausto para la paz mundial”.

Dos curiosidades sobre este terrible acontecimiento:

En primer lugar, no había necesidad de lanzar una segunda bomba nuclear, ya que la rendición de Japón era inminente después de que, en Hiroshima, unos días antes se había detonado otro artefacto, pero de un tipo diferente (uranio 235) y en un territorio con una topografía diferente. Hiroshima era una ciudad en la llanura, Nagasaki estaba rodeada por cerros, lo que hizo necesario un nuevo experimento para ver cuáles podían ser los efectos de otra bomba, esta vez de plutonio 239, en un territorio distinto.

En segundo lugar, el lanzamiento del nuevo artefacto no debía realizarse en Nagasaki, sino en otra ciudad, llamada Kokura. Sin embargo, en Kokura el cielo estaba nublado y no permitía localizar el punto donde arrojar la bomba. Por lo contrario, en Nagasaki, elegida como reserva, el sol brillaba, así que el piloto tomó la decisión de desplazarse hacia la nueva ubicación y lanzar la bomba atómica sobre el objetivo designado en la ciudad, es decir, una fábrica de municiones. Pero, una vez que se arrojó la bomba, se produjo un nuevo accidente: el viento desvió ligeramente la trayectoria del artefacto, haciendo que detonase justo unas centenas de metros arriba del distrito de Urakami, donde se encontraba la que una vez fue la catedral católica más grande de Asia oriental, en aquel momento repleta de fieles que rezaban por la paz.

Cristianos perseguidos hoy en día

Hoy en día, en Oriente, en África y en muchas otras partes del mundo, miles de cristianos siguen siendo asesinados muy a menudo, y a veces justo en el momento en que suplican a Dios que les salve de la guerra, de la mano de sus enemigos, que salve al mundo y que perdone a sus perseguidores. ¿No hizo lo mismo Jesucristo?

Todo esto puede hacer que, tal vez, nos preguntemos cuál es la perspectiva real, la mirada que se debe tener hacia la historia humana: ¿lo malo para quienes desean y buscan el bien y la paz y lo bueno para los que persiguen el mal? ¿La muerte de su Hijo y sus discípulos y la vida tranquila de sus perseguidores? ¿Es esto realmente lo que Dios siempre ha querido?

A dichas preguntas nos puede contestar muy bien Takashi Pablo Nagai, quien no solamente no identificó como mal la que humanamente puede parecer una de las peores desgracias de la historia, sino incluso llegó a agradecerle a Dios por el sacrificio de muchos mártires pulverizados por la bomba, incluida su amada esposa Midori, de la cual el médico japonés, él mismo herido de gravedad y enfermo de leucemia, no encontró, entre las ruinas de su hogar, nada más que los huesos carbonizados, con la cadena del rosario al lado.

Como para Cristo, también para un mártir, un seguidor y un testigo de Cristo, el verdadero sentido de la vida es ser un instrumento en la mano de Dios, y, según Nagai, aquellos que murieron en el holocausto nuclear de Nagasaki sí se han convertido en un instrumento del Padre para salvar un número enormemente mayor de vidas.

Esta es la perspectiva de vida de un cristiano y de un “mártir”, de un testigo de Cristo: si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna (Evangelio de Juan 12, 22-24)

Pablo Miki, fue un religioso japonés, venerado como santo mártir cristiano de la Iglesia católica. Es conmemorado el 6 de febrero. Falleció el día 5 de febrero de 1597 en la ciudad japonesa de Nagasaki

Servicio conmemorativo en la Catedral Católica Romana de Urakami.

Bibliografía:

Takashi Nagai, La campana de Nagasaki, Editorial Oberon, 1956;

Inazo Nitobe, Bushido: the soul of Japan, Kodansha International, 2002;

Adriana Boscaro, Ventura e Sventura dei gesuiti in Giappone, Libreria Editrice Cafoscarina, 2008;

Shusaku Endo: Silencio; Edhasa, 2017;

Hisayasu Nakagawa: Introducción a la cultura japonesa, Melusina, 2006;


Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado Universidad de la Santa Cruz de Roma.