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Fundación CARF

14 noviembre, 22

Mons. Arjan Dodaj: del comunismo al sacerdocio

La archidiócesis de Tirana-Durrës es una circunscripción eclesiástica latina de la Iglesia católica en Albania. El Papa Francisco nombró obispo auxiliar de esta archidiócesis al Rev. Arjan Dodaj, asignándole la sede titular de Lestrona, el 9 de abril de 2020 con tal solo 43 años. Criado en una cultura atea y comunista, se convirtió y descubrió su vocación al sacerdocio. Hoy es arzobispo metropolita de Tirana-Durrës. Cuenta para la Fundación CARF su conversión del comunismo hasta convertirse en obispo.

Arjan Dodaj arzobispo de Tirana-Durrës

Mons. Arjan Dodaj es arzobispo de Tirana-Durrës (Albania). Su vida no fue fácil. Nació en Laç-Kurbin, en la misma archidiócesis, el 21 de enero de 1977. En 1993, con tan solo 16 años, después de completar sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal, emigró a Italia y se estableció en Cuneo, donde comenzó a trabajar.

Trabajó como soldador -más de 10 horas al día- y al final encontró en la Fraternidad de los Hijos de la Cruz la fe cristiana. Se educó en el ateísmo, pero al encontrar a Cristo, fue bautizado y Dios le llamó al sacerdocio. Me puse en contacto con Mons. Arjan Dodaj a través de algunos estudiantes de la Fraternidad de los Hijos de la Cruz, cuyos miembros estudian todos la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma, gracias a la ayuda de la Fundación CARF.

Mons. Arjan Dodaj ha contado para la Fundación CARF su testimonio de conversión y su vocación.

Una historia impactante 

«Todas las historias son conmovedoras, si pensamos que cada historia tiene que ver con una persona, con un ser humano, con su mundo y su vida. Sin embargo, hay historias que son más impactantes que otras, al menos para algunos de nosotros que hemos tenido la oportunidad de vivir y ver con nuestros propios ojos ciertas situaciones que han trastocado la existencia de algunos países en particular.

Aún me acuerdo, de hecho, siendo un chico de 12 años, los barcos que venían a Italia desde Albania, en los años 90, llenos, llenos de personas que se hacinaba en las bodegas, en los puentes, llenando cada espacio, cada agujero disponible para huirse de la pobreza, de la inseguridad y de la incertidumbre que reinaban en el país balcánico. Puede que haya sido la primera vez que Italia experimentaba el fenómeno de la inmigración masiva, un fenómeno al cual no estaba preparada y que ahora es algo de todos los días».

— Me escapé en un barco de mi patria… Ahora he vuelto como obispo

Pues, hoy contamos la historia de alguien que todo eso lo ha vivido en persona, ya que uno de los chicos de esos barcos que nosotros veíamos en la tele hoy es un obispo. Se trata de Mons. Arjan Dodaj, de tan solo 45 años, quien nació en Laç-Kurbin, en la costa de Albania, y llegó a Italia como emigrante con 16 años, después de cruzar el Mar Adriático en un barco. Huyó de su país en una noche cálida y estrellada en septiembre de 1993, en busca de un futuro y de una forma de ayudar a su pobre familia, y hoy es arzobispo metropolita de Tirana-Durrës, en su país.

Cuando trabajaba como soldador y jardinero, más de diez horas al día, se encontró con la comunidad de los Hijos de la Cruz, cuyos miembros estudian todos, hoy en día, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz gracias a la ayuda que reciben de la Fundación CARF –Centro Académico Romano Fundación ù–, y volvió a descubrir la fe cristiana, que estaba prohibida en su país, por la doctrina del ateísmo de estado, pero que sin embargo se le había quedado impresa en el corazón, como un recuerdo alejado, gracias a las canciones que le susurraba su abuela al oído.

Gracias, monseñor Dodaj, es un honor poder tener la posibilidad de entrevistarle hoy para nuestros lectores de lengua española. Y sabe usted que, en cuanto italiano, su historia me toca muy personalmente.

Gracias a usted, es un placer, ya que para mí, como por muchos albaneses que conocíamos Italia a través de la televisión italiana que podíamos ver en nuestro país, sólo había un deseo: ir a Italia.

Una familia humilde y sencilla

— Me impactó mucho, de su historia, esa fe que se queda guardada, más bien sembrada y enterrada en el corazón, sin que uno se dé cuenta, y luego florece después de muchos años…

Sí, y todo por mi familia, una familia muy humilde y sencilla, originaria del norte de Albania. Nací, pues, en Laç, una ciudad conocida especialmente por un Santuario muy querido por todos los albaneses, dedicado a san Antonio, y situado en la montaña detrás de mi pueblo. Este santuario es un lugar que siempre me ha acompañado en mi vida. De hecho, desde que era niño, la escuela a la que asistía estaba al pie de la montaña y justo al lado pasaba el camino por el que, sobre todo los martes, cerca de la fiesta del santo, u otras de las que entonces no tenía conocimiento, iban numerosas personas para encomendarse a la intercesión de san Antonio.

Un país comunista 

— Y eso a pesar de vivir en un país comunista…

Sí, y a pesar de las estrictas prohibiciones del sistema comunista en un país que, de hecho, se declaraba ateo por constitución. Mi familia era de condición humilde: mi padre trabajaba en una fábrica y mi madre en una obra de construcción. Además de mí estaban mis dos hermanas. Crecimos juntos con mucha sencillez y caridad, con mucho amor y sentido de pertenencia a ese don muy grande que es la familia.

En el pueblo cercano a Laç vivían mis abuelos maternos, a los que tuve más oportunidades de conocer, ya que no estaban muy lejos. Allí tuve, de alguna manera, mi primer acercamiento a la dimensión religiosa, que ellos vivían con gran discreción pero, al mismo tiempo, con un profundo sentido de la existencia de Dios. Aunque sea inconscientemente, me atrevo a decir que pude respirar por primera vez la experiencia de la fe precisamente al ver a mis abuelos.

Mi abuela se paraba todos los días frente a una estructura que estaba frente a la casa, que yo no sabía que era la iglesia del pueblo: se paraba allí, erguida, con el rosario en la mano, y rezaba. En cambio, mi abuelo siempre empezaba el día con el rosario y sólo después venían todas las demás actividades. Estas prácticas eran desconocidas para mí y, sin embargo, me transmitían algo de su fe, de lo que creían de una manera tan 'asequible': la presencia de Dios, invisible pero visible para ellos en sus corazones.

Escapar de Albania 

— En los años 90 decidió huir a Italia: ¿por qué?

En esa época salíamos del Telón de Acero en el que se encontraba nuestro país, y apareció el pluralismo y, con él, la posibilidad de la democracia, así que muchos albaneses intentamos encontrar un futuro mejor en Occidente. Personalmente, intenté varias veces escapar, especialmente a Italia. El primer intento fue el 8 de agosto de 1991, después del primer éxodo masivo que muchos italianos y albaneses recordamos, él de marzo, cuando yo tenía catorce años.

En esa ocasión se produjo el caso del famoso barco Vlora que transportaba a unos 20.000 inmigrantes. En cambio, el barco que yo había decidido tomar con muchas otras personas sufrió una avería y  -me atrevo a decir- por gracia, no salió. Me di cuenta de que iba a ser un viaje de gran sufrimiento, pobreza y dificultades. Después, hice varios intentos más para poder, como muchos de mis amigos de la misma edad y numerosos adultos y familias, encontrar un futuro mejor en Occidente.

No era un futuro que buscaba para mí, me impulsaba el deseo de mantener también a mi familia: mis hermanas, mis padres, que tanto habían sufrido en la extrema pobreza y la gran persecución durante la dictadura del comunismo.

La segunda fuga 

— Y por fin llegó la ocasión...

Sí, en 1993, a través de organizaciones evidentemente clandestinas. Fue la noche entre el 15 y el 16 de septiembre de 1993, yo tenía entonces 16 años. Ciertamente, a mi corta edad no era consciente de esta aventura, ya que, como ya he dicho, sólo tenía un deseo: ir a Italia. Como albaneses, sólo conocíamos Italia a través de lo que veíamos en las cadenas italianas.

El viaje partió de la laguna de mi ciudad, Patok, donde atracó una lancha procedente del sur de Italia. Éramos cuarenta personas en total y habíamos pagado una cantidad considerable de dinero, algo casi imposible para nosotros. Por esta razón estaba en deuda pero, para la partida, necesariamente cada uno de nosotros había pagado ya la suma de un millón seiscientas mil liras, algo como 850 euros, que para entonces, y especialmente en un país como el nuestro, era una suma considerable.

Dejé un pedazo de mi corazón 

Recuerdo muy bien aquella noche del 15 de septiembre: el hermoso cielo estrellado y el mar en calma. A medida que viajábamos y nos alejábamos de la orilla, veía cómo se iban apagando las luces de mi pueblo. De alguna manera, sentí que un pedazo de mi corazón se estaba desprendiendo lentamente. Llegamos a Carovigno, Puglia. Allí nos recogieron y nos llevaron a una casa en ruinas en medio de olivares. Luego, a la mañana siguiente, junto con otras personas, tomé el tren a Bari y luego, esa misma tarde, a Turín. De hecho, en Piamonte nos esperaban otros amigos para ayudarnos a encajar en la realidad italiana.

Trabajo como soldador 

— Ni me puedo imaginar lo difícil que debe haber sido…

Claro, y aún más difícil debido a la urgencia de pagar la deuda que me quedaba en Albania. Cuando llegué a Italia -gracias a Dios- tuve algunos compatriotas que me ayudaron y apoyaron en el primer periodo. Después de Turín me fui a Milán, donde siempre intenté encontrar un trabajo. Me movía andando, yendo a cualquier lugar donde viera una grúa, para entrar en la obra de construcción o a cualquier lugar donde viera un restaurante, para intentar entrar como lavaplatos, pero desgraciadamente no era fácil.

Otros amigos me dijeron más tarde que en Cuneo, en el Piamonte, existía la posibilidad de encontrar algo. Así que fui. Me instalé en esa ciudad y enseguida encontré ayuda en una casa de acogida fundado por Franco Mondino: Casa Ristoro e Pace. Así que empecé a trabajar primero como soldador y luego pasé a la construcción. El primer periodo en Italia estuvo realmente lleno de muchas dificultades, especialmente por la ausencia de mi familia y por tener que adaptarme a una realidad totalmente nueva. Pero más tarde, con la gracia del Señor, comprendí y valoré cada vez más este período agotador.

Mons. Arjan Dodaj obispo auxiliar de Tirana.

Don Arjan con el Papa Francisco.

El encuentro con la Fraternidad de los Hijos de la Cruz

— Hasta el encuentro con la Fraternidad de los Hijos de la Cruz y con la fe cristiana…

Mi encuentro con la Fraternidad de los Hijos de la Cruz, rama sacerdotal de la Casa de María, tuvo lugar en 1993, precisamente en Cuneo. Allí conocí a un sacerdote, el padre Massimo Allisiardi, que participaba en la vida de la comunidad. Así que, por invitación suya, yo también empecé a asistir a su grupo de oración, entrando cada vez más en contacto con los fundadores de la Casa de María: don Giacomo Martinelli y Nicoletta Reschini.

A través de ellos conocí el extraordinario acontecimiento de Medjugorje, donde la Virgen se aparece desde hace más de cuarenta años. Dentro del contexto y la concepción de ateísmo total en que me crié, primero el mero hecho de llegar a saber que Dios existe y que la Virgen se aparece, y luego tener una experiencia viva de ello, fue para mí el comienzo de una vida completamente nueva.

Así, después de un año de discernimiento, catequesis y vida espiritual, recibí el sacramento del Bautismo. En ese momento nació y se hizo cada vez más claro en mí el deseo de consagración total al Señor en la vida sacerdotal, junto con otros jóvenes de la comunidad.

El don vocacional 

— Un cambio radical en su vida…

¡Por supuesto! Pues tuve que formarme y estudiar… Y mis estudios fueron consecuencia de este viaje y del discernimiento de mis superiores. Después de tres años de secuelas como miembro externo de la comunidad de la Casa de María (de 1994 a 1997), fui admitido definitivamente y comencé así los estudios de Filosofía y Teología.

Ciertamente, dentro de la formación sacerdotal, estos estudios adquieren un aspecto importante, aunque no sean el punto determinante. De hecho, fue decisivo para mí el encuentro con la Iglesia a través de esa pequeña realidad en la que la providencia de Dios me había colocado: la experiencia carismática que el Señor me regaló en la Casa de María y en la Fraternidad de los Hijos de la Cruz, hoy reconocida como sociedad de vida apostólica.

Creo que esta formación y conversión no es sólo un hecho de cómo sucedieron las cosas, sino que es una necesidad concreta y cotidiana. Cada uno de nosotros debe desarrollar y vivir el don vocacional en el contexto estable de la verificación y la experiencia eclesial y comunitaria. Y es que la llamada del Señor es cotidiana, como lo es nuestra respuesta, que siempre se encarna en el rostro concreto de la Iglesia.

Así que fui ordenado sacerdote el 11 de mayo de 2003 por el Papa Juan Pablo II en la basílica de San Pedro.

Al servicio del Señor 

— Y ahora usted es el primer obispo de la fraternidad ¡una gran responsabilidad!

Sinceramente, en la fraternidad me siento uno de los hermanos del Señor, como todos, de hecho el más indigno. Para mí, ser obispo no es un punto de llegada, sino una llamada a una vigilancia aún mayor, a un servicio aún mayor y a una respuesta cada vez más humilde. Siento una mayor necesidad del apoyo en la oración de mis hermanos y de mi comunidad, porque todo lo que el Señor me ha dado en este carisma puede enriquecer y servir a su Iglesia. Por lo tanto, no estoy en absoluto desconectado de la historia que me generó.

Por el contrario -como ya he dicho- necesito sacar cada vez más de esta fuente vital, para ponerme al servicio donde el Señor me ha querido. Y es por ello, que me siento llamado a aportar aquellos dones que el Señor me ha dado y lo que Él dice a la Iglesia a través de su Madre, el Papa y su Magisterio, ciertamente con absoluto respeto a la identidad de esta Iglesia particular de Tirana-Durrës.

 Fidelidad a la Iglesia 

La fraternidad Hijos de la Cruz ha obtenido recientemente el reconocimiento oficial: ¿a qué está llamada en concreto?

Nuestra Fraternidad de los Hijos de la Cruz, al igual que la propia comunidad de la Casa de María, es una realidad eclesial muy joven y sus frutos se van revelando poco a poco, especialmente en la fidelidad a la Iglesia. Así como no hay fruto sin árbol, todo don se revela como una tarea de servicio a la Iglesia, según el diseño específico que el Señor ha generado. Esto también se aplica a nuestra realidad.

Mons. Arjan Dodaj obispo auxiliar de Tirana

«Para mí, ser obispo no es un punto de llegada, sino una llamada a la vigilancia, a un servicio aún mayor y a una respuesta cada vez más humilde. Siento la mayor necesidad del apoyo de la oración de mis hermanos y de mi comunidad». 

Mons. Arjan Dodaj.

Los desafíos de la Iglesia en Albania

— ¿Cuáles son los retos a los que se enfrenta la Iglesia en Albania?

Pues, los mismos que el Papa Francisco presentó a los obispos de la Iglesia de todo el mundo. En particular, en la llamada a vivir la experiencia de una verdadera sinodalidad, es decir, un camino comunitario del Pueblo de Dios. Pero si la invitación es para toda la Iglesia, cada realidad particular está llamada a hacerla operativa, recordando su propia particularidad. Por lo tanto, creo que nuestra Iglesia albanesa ha inscrito la especificidad del martirio. El martirio debe ser atesorado.

La Iglesia albanesa aún no ha manifestado plenamente lo que dice Tertuliano: Sanguis martyrum, semen christianorum. De hecho, todavía hay muchos hermanos y hermanas que esperan convertirse en cristianos por la gracia de nuestros mártires. Y nosotros, con una conciencia cada vez mayor, estamos llamados a hacer evidente su ofrecimiento. Otra peculiaridad de nuestra Iglesia es que es antigua y nueva al mismo tiempo. Antigua, porque es una Iglesia apostólica. El primer obispo de nuestra diócesis de Durrës fue san Cesareo, un obispo mártir, uno de los setenta y dos discípulos del Señor.

Sin embargo, es una Iglesia evangelizada por el propio Pablo, como dice en la Epístola a los Romanos: “En todas direcciones, partiendo de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, he completado el anuncio del Evangelio de Cristo” (Rom 15, 19). Sin embargo, es una Iglesia nueva, porque tras cinco siglos de ocupación otomana y cincuenta años de dramáticas torturas, persecuciones y aniquilación a manos del comunismo, es nueva en el mensaje que recibe. Es una Iglesia que necesita cultivar cada vez más con bondad, paciencia y amor el mensaje del Señor, especialmente en los muchos jóvenes que buscan a Cristo y su amor.

Relación con la Iglesia Ortodoxa y el Islam

— Y también es una realidad muy compleja, si consideramos la presencia muy fuerte en el país de la Iglesia Ortodoxa y del Islam…

Sí, y si también tenemos en cuenta que en nuestra archidiócesis tenemos un gran número de personas que inician el camino del catecumenado y se acercan a la Iglesia católica, convirtiéndose en hijos de Dios a través del Bautismo. Aquí en Albania, la relación con el Islam y la Iglesia Ortodoxa es muy especial, por no decir única. El propio Papa Francisco lo ha llevado al mundo como ejemplo de cooperación fraternal.

Está claro que se trata de un don que nunca podemos dar por sentado, sino que debemos cultivar, acompañar y apoyar, cada día. Precisamente por eso nos reunimos a menudo con los distintos líderes religiosos en diversas comisiones, para presentarles iniciativas valiosas en los ámbitos de la cultura, la educación, la mujer, los inmigrantes y la caridad. Tales iniciativas buscan solicitar y despertar en la sociedad, en las instituciones y, sobre todo, en el corazón de las personas esa necesidad de unidad y comunión que sólo el "espíritu de los que creen" (cf. Hch 4, 32) puede hacer evidente.

Abordar la situación de los migrantes 

— Usted ha sido migrante y hoy este tema está más vivo y es más doloroso que nunca: por un lado la tragedia de la pérdida de decenas de miles de vidas cada año en el Mediterráneo, por otro el miedo a perder la identidad, la fe y la seguridad económica y social al abrirse demasiado a la acogida de tanta gente necesitada. ¿Cómo cree usted que se puede abordar todo esto?

Creo que no hay una respuesta clara y definitiva a esta cuestión, porque siempre estamos ante personas reales, con una historia, a veces marcada por las heridas, el sufrimiento y el dolor, pero también con mucha esperanza. Estamos llamados a responder a los deseos reales que albergan el corazón humano, sin perder nunca de vista la responsabilidad de cultivar esas mismas esperanzas en los países de acogida.

Por supuesto, esto no significa borrar la cultura del país de acogida; no se ofrece una mejor acogida perdiendo la propia identidad. Si no sabemos quiénes somos, tampoco podemos saber a quiénes acogemos. Por ello, es necesario redescubrir la belleza de la riqueza del encuentro entre culturas, así como la defensa de la propia identidad. Sólo así se producirá un verdadero enriquecimiento que conduzca a la complementariedad. De lo contrario, se corre el riesgo de vivir en una sociedad que sólo busca normalizar todo y a todos.

Así que, al final, puedo decir que la respuesta está en el amor y el servicio que se desprende de la fe de un pueblo que, como Italia, por ejemplo, sabe acoger y ser generoso al mismo tiempo; que sabe reconocer su identidad en esas raíces lejanas en el mundo del arte y la cultura y en muchas otras cosas, por supuesto, pero principalmente en esas raíces de la fe católica cristiana.

En la Universidad Pontificia de la Santa Cruz 

— En la Universidad Pontificia de la Santa Cruz tenemos a un pequeño mundo marcado por todo lo que usted dice, y también el placer de que la Fraternidad de los Hijos de la Cruz, que es su familia de origen en la fe, como muchas otras realidades de la Iglesia universal, tenga la posibilidad de recibir una formación adecuada para enfrentarse con todos estos desafíos a nivel mundial.

Estoy muy agradecido al Señor por todas esas realidades que, como la Universidad de la Santa Cruz, surgen de esa labor profética que san Josemaría Escrivá supo dar a la Iglesia a través de la prelatura del Opus Dei. Juntos, pedimos la gracia de que en la Iglesia y en el lugar donde nos encontremos, sepamos llevar siempre esa gracia que el Señor sembró en el corazón de los santos. De hecho, también nosotros, heredando estos dones de su ofrenda y respuesta, podemos a su vez ser incluidos en el signo de la profecía que ellos fueron capaces de proclamar. Así, juntos podemos convertirnos en una semilla de profecía y esperanza para todas las personas que encontremos. Gracias.

Muchísimas gracias a usted, monseñor.

Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.

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